
Primera parte
Las brujas (los lienzos)
Frente a nada hay que ser pasivo, excepto ante el divino ser interior.
Para poder volar hay que ser, esto es, estar presente y abandonar los vuelos de la mente.
¿Evoluciona el día hacia la noche o es la noche la que avanza hacia el día?
11 de junio.
Hoy ha hecho un día caluroso, casi de verano. A las ocho y media de la tarde el Sol aún iluminaba toda la bahía de Altea.
Los brujos se han dejado sentir. Lo sé porque a estas horas de la tarde se nota algo semejante a un vacío de poder que contrasta con el poder que he percibido durante todo el día. Eso, probablemente, se deba a que su trabajo ha finalizado hace media hora aproximadamente y ahora se están diluyendo las últimas fuerzas que ellos pusieron en marcha. Las brujas, más tarde, cuando ya no quede rastro de esas fuerzas, comenzarán su trabajo nocturno poniendo en movimiento sus energías femeninas. En este lapso de tiempo, entre el descanso de los brujos y la aún no iniciada tarea de las brujas, una extraña y misteriosa calma invade la atmósfera. Se trata de un espacio neutro en medio del ciclo de actividad de ambas polaridades. Éste es el más favorable para el ejercicio de la contemplación introspectiva. Es el equivalente a un punto medio entre la expiración y la inspiración, donde un meditador adiestrado puede escaparse entre los dos mundos. Por lo tanto, medito…
No preciso cerrar los ojos para mantener la concentración en lo que hago. Exhalo y dejo reposar la conciencia antes de volver a inhalar. El instante entre la exhalación y la inhalación se va dilatando, se alarga, se prolonga, se extiende, se ensancha naturalmente, hasta que en pocos minutos pierdo la conciencia de mí. Es un momento maravilloso en el que toda la fuerza bruja me acompaña para adentrarnos en no sé qué mundo. Allí no tengo sensación del yo, ignoro si poseo nombre y características o si existe el espacio. Solo se siente la existencia y esta es muy plena, ya que además de saber que se es, ninguna otra cosa que impida, circunscriba o personifique a la eternidad puede ser realizada, mientras que la mente, sin detenerse, se expande por la única mente cósmica, y eso sucede sin rotura de límites. Los límites tan solo existen en el ciclo en el cual es real la insatisfacción. También se dan, dentro de ese ciclo los estados que han venido a llamarse otros mundos, sin serlo, como cuando se confunde espacio con cielo. Es, pues, entre las partes, por este punto medio neutro, por donde uno encuentra la presencia y la libertad.
La fuerza de los brujos en mí ya se encuentra dónde debe. La he ido a depositar en su lugar correspondiente y he vuelto. Esa fuerza está ahora bajo la tutela del gran brujo de mi interior y con eso doy por finalizado el trabajo diurno, con lo que ya puedo despreocuparme un tanto.
A las once estoy sentado en el porche de casa observando la oscuridad. Recuerdo las pinturas de un brujo: Tolo. ¡Más de una docena de telas rendían homenaje a las brujas! Todas eran bellísimas. Unas expresaban la belleza interna y otras la externa, y cada una de ellas simbolizaba una función peculiar. El pintor me dijo que el poder brujo se adquiere gracias al desarrollo de la fuerza creativa humana, pero como él no había sido bendecido suficientemente con este don lo desarrollaba mediante el arte, que, a la vez, de retorno, le otorgaba dominio sobre la técnica que es necesario emplear para que el desarrollo del poder se dé creativamente, y permita que el uso de la técnica sea cada vez más fluido, fino y satisfactorio.
Esta noche tengo la intención de liberar a aquellas brujas de los cuadros que las limitaban. Puedo hacerlo. Puedo ayudarlas en eso. Fijo en la mente el propósito de exhumarlas una por una. Y las voy recordando todas, ya que las he contemplado muchas veces sin saber en aquellos momentos para qué iba a ser útil aquella contemplación.
La primera que atrae mi atención es una exageradamente pelirroja. Su escoba entre las piernas, como símbolo fálico en firme erección, apunta al cielo. Ella parece estar ligeramente vuelta hacia atrás, con aspecto desafiante. No es la más bella. No sería la mujer de mis sueños… Es, sin embargo, la que más seguridad aparenta. Es la más fuerte y serena; la que resulta más difícil de vencer en un combate brujo. Es, por fin, la que economiza palabras para retener la fuerza.
Me acerco y la saludo con cortesía, sin otra intención que liberarla por una noche, si así lo desea. De pronto, desde mi porche, la veo volar por el cielo con sus demás compañeras. Es todo un espectáculo. Es una danza casi invisible que ellas me ofrecen como muestra de gratitud por haberlas ayudado a salir de sus limitaciones. Y me siento pleno. Pleno de la satisfacción que otorga haber acertado en el cuidadoso trabajo de eximirlas de aquel lienzo, trabajo que he comenzado a hacer, unas horas antes, frente a la bahía de Altea, inmerso en la contemplación, allende el ciclo de la existencia en la que lo que no existe es el yo.
Cabalgan ahora las señoras sobre sus escobas, desplazándose silenciosamente. No hay necesidad de sonido, ni vibración originada en lo grávido, por eso se es, por eso se está en la presencia: en gozo. El deslizamiento es lento, suave, dulce y vaporoso. Es un rítmico, tenue y muy sutil movimiento por el escenario etéreo. Visten tules oscuros, a veces negros, dejando entrever la tersura que envuelven. Son maestras de sí mismas, del ímpetu y de la abulia, de la rapidez y de la lentitud, de la pasión y del desánimo, de la actividad y de la pasividad, del suelo y del éter: Se me permite aprender, y yo lo aprovecho con gratitud, siendo el botón de muestra de ella, la voluntad y la predisposición a hacerlo.
Pero, la atracción… El definitivo reto. Es la tentación que es preciso superar si no quiero perder precipitada y negligentemente mi fuerza. Y la tensión que la atracción contenida produce ha de ser transformada en serena placidez, en dominio, en poder, en la afirmación de mi función concreta. Ellas son las señoras de la noche, que como la noche, pueden resultar sorprendentes, imprevisibles y eternamente desconocidas. Solo las señoras conocen los deseos que guardan sus corazones ocultos en la luz, que la oscuridad envuelve. El brujo, por el contrario, por poderoso, deja su corazón al descubierto de la claridad del día, y en él no se advierten sombras. La bruja es osada, temeraria y a veces cruel. El brujo es noble y un poco taciturno. La bruja es astuta y el brujo sabio… ¿Evoluciona el día hacia la noche o es la noche la que avanza hacia el día? Sea como fuere, la bruja espera feliz el cielo nocturno, y el brujo, el suyo diurno. Ambos, brujo y bruja, tan solo se distinguen en la formación que sus respectivos caracteres polares han ido tomando para capacitarlos en la adecuación de las diferentes funciones que exigen sus respectivos cielos pero, esencialmente, son idénticos. He ahí el brujo y bruja; el ser humano al completo.
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