La oca

63 estaciones

“… Dios creó los cielos y la tierra” Nadie debería llamar cielo al espacio que contiene toda la materia, pues en realidad se trata de estados interiores que la trascienden y son susceptibles de ser experimentados.

Roque Yvars.

Los caminos del hombre, el exterior, en el espacio, y el interior o espiritual, pasan por el mismo lugar pero por distintos estados.

Roque Yvars.

En esos momentos de sosiego que de vez en cuando me llegan, que me visitan y que agradecido espero, siento emerger desde mi recóndito ser elementos de la divinidad. Cierro las puertas de mi espacio sagrado, abriendo las de la posibilidad de experimentar un instante de soledad. Y es que esta es esa otra puerta por la que se accede al silencio físico, emocional y mental. Del silencio emergió la vibración, y de ésta, la forma. El silencio es fundamental para el ejercicio de la introspección, en la que la atención deja de posarse en el mundo de fuera para hacerlo y relacionarse con el reino interior, sin distracciones. Visto así, el sentido de la introspección que debería ser parte del día a día del ser humano, ya hace mucho que se fue descuidando, no sé si milenios pero, si, muchos y muchos siglos, probablemente debido a que el reposo no era compatible con las exigencias de la actividad diaria. De ese modo, con el fin de evitarlo se comenzó     a recomendar un estilo de vida monástica que llevó al buscador a  caer en el polo opuesto, al no poder incorporar en sí mismo la inmersión en la actividad cotidiana del hombre en su vida. Y, he ahí las necesarias, actividad y no actividad, la relación con la materia y con el espíritu

Lo enseña la Oca; a mí me lo va mostrando la Oca. La Oca es mi Camino. Sí, mi Camino.

Dispongo de algunos tableros del juego de la oca. Y es que, ¡hay que ver! Escondido en un juego, en un entretenimiento, late la verdad, el camino y la vida. De acuerdo al lenguaje de la Oca, supongo que alguien debió pensar que una de las pocas maneras de perpetuar el conocimiento, el que puede hacer salir al peregrino del estado en el que se encuentra y llevarle al que aspira, tendría que ser jugando, sin apenas esfuerzo, matando el tiempo, casi negligentemente, distraído, a la vez que acompañado de momentos de excitación y de desafío. En suma, perpetuar el    conocimiento, debió de suponer, saberlo ocultar en la Oca, convirtiéndolo en uso frecuente de un juego que esconde la respuesta al “cómo”. De ese modo, la enseñanza perduraría, y si alguien muy interesado en ella la entreviera o, hasta la encontrara, seguro que buscaría el modo de asumirla, actualizarla y transitarla de la mano de la guía de este tablero del juego.

Contemplo el tablero… Con el paso del tiempo he llegado a identificarme tanto con él que lo he hecho mío. Me gusta, lo entiendo, lo vivo, lo amo. Es una especie de la Imago Mundi, contemplado en su sentido psicológico o interior. En él se encuentra el trazado del camino tras el que se esconden las estaciones y el vislumbre de su discurrir en los estados interiores de toda vida, el punto del camino en el que uno se encuentra y la meta de sus aspiraciones. Y en un esfuerzo porque esta vez me libre de ser llevado y arrastrado por los vórtices de las fuerzas que trabajan para otros estados más altos de conciencia, en un esfuerzo por traer a la tierra el cielo, trato de explicar mi experiencia: no hay una oca que mire hacia adelante, en unas ocasiones, y en otras, que lo haga hacia atrás. Hay dos ocas, como la inspiración y la expiración, como el día y la noche, como el cielo y la tierra. La primera de las ocas se halla, o debería hacerlo, en una casilla anterior al número uno, viniendo a significar el alma antes de entrar en el mundo. Y ya en él, encontramos a las ánades en las casillas 5, 14, 23, 32, 41, 50 y 59. Obsérvese que el valor numérico de cada una de estas casillas suma cinco, como, por ejemplo, la 32, cuya suma de 3+2, arroja el valor de 5. Y lo mismo con cada una de las siete casillas de este primer grupo.

De acuerdo al libro bíblico del Apocalipsis y de la tradición iniciática, se mencionan siete estrellas, como en este caso, ocas del “juego”, y que se hallan separadas unas de otras por nueve casillas, esto es, por un ciclo, pues cada ciclo está compuesto    de nueve partes, como los números del sistema decimal que comenzando en el uno acaban en el nueve para comenzar otro que, de nuevo se repite una decena más, del uno al nueve, etc.

El segundo ánsar obedece a la misma ley o norma fundamental, es decir, siete ocas que distan nueve casillas de la una a la siguiente: 9, 18, 27, 36, 45, 54, 63, cuyo valor numérico siempre es 9, en este caso. Además, este grupo de ocas siguen otro ritmo, cinco casillas median entre la oca que mira hacia adelante, con respecto a la que mira hacia atrás, y cuatro con respecto a la siguiente.

Contemplada la mecánica hagamos lo propio con parte de su significado, eso sí, someramente.

La Oca, con todo su significado y propósito, se remonta a varios siglos antes de Cristo. La mención más extendida acerca de la aparición del Juego de la Oca es la que dice que en el siglo XVI, fue Francisco I de Médici quien extendió por toda Europa este juego, regalándolo, entre otros, al rey español Felipe II. Pero anterior al siglo XVI ya se hablaba de él, por ejemplo, el disco de Phaistos, en Creta, de una antigüedad superior a los 3500 años y que podría tratarse de un primitivo diseño del juego de la oca. Se trata de una especie de tablero de arcilla redondo de 31 casillas por una cara y 30 por la otra. Pero sería, más adelante, la orden del Temple quien anteriormente a su paso por Jerusalén, habiendo ya peregrinado a la India en su afán de encontrar la luz, fueran los resultados que fueran los obtenidos, pudo hacer encajar en el juego un diseño de las estaciones en las que es conveniente morar por un tiempo, aunque de muchas o pocas horas se tratara, para que el peregrino recibiera en ellas la influencia de lugares especiales de la tierra y de las estrellas de nuestra constelación, la Vía Láctea. Y es que lo esencial del hombre le es dado de las estrellas, de esas estrellas, precisamente. Desde entonces, la tríada formada por el tablero de la Oca, la Vía Láctea y el camino del peregrino, se unieron en una unidad espiritual. Ya no nos resulta extraño oír denominaciones como el camino de las estrellas, camino de Santiago o camino de las Ocas, incluso, de las Ocas salvajes, en un pasado precristiano. Y en honor a esa entonces rindo homenaje a ese mismo trazado del camino de los peregrinos del dios Jano. Pero, diré que yo, hasta que encuentre la forma y el alma del camino real, provisionalmente, hago mío el francés que, empezando en Saint-Jean Pied de Port, se adentra a España por Roncesvalles y acaba más adelante de la catedral de Santiago.

Los iniciados del Temple dejaron inscripciones a lo largo del camino, a modo de guía, alfabeto y simbología muy simple, en iglesias, en las que encontramos el crucifijo en forma de pata de la oca; puentes, como el referente puente de la Reina, cementerios, municipios… Nombres de ellos son Montes de Oca, Castrojeriz (ciudad de ocas) El Ganso, Ocón, Puerto de Oca, Manjarín (el hombre de las ocas) La Rioja, misma, toma su nombre del río Oja, que deriva de río Oca…

La oca simboliza el alma blanca, esto es, el alma que ha sido purificada a través de recorrer el camino encarnado en el particular vivir de cada cual. El peregrinaje del camino de las ocas bien pudiera ser para muchos una especie de degustación del alimento de las estrellas en cada una de las estaciones que acompañan al camino. Así, que, abundando en la naturaleza de las dos formas distintas de Oca, la que mira hacia adelante y la que lo hace hacia atrás, recuerdo que en el “Mundaka Upanishad” se lee un cuento, o más bien, una referencia a la “enseñanza”. Esta dice que en un mismo árbol hay dos pájaros, uno come sus frutos y el otro tan solo mira. Esta segunda ave es la personificación del testigo silencioso al que se refiere la enseñanza de la meditación. Buscando significados, el árbol y las aves aluden al ser humano en el que una parte de su alma está involucrada en el mundo, pues come de sus frutos, mientras que la otra, no necesita hacerlo, pues se nutre de la inmortalidad misma. Al no necesitar más, porque asume su realidad divina, tan solo contempla.

Habiéndome adentrado un poco más en la razón de este juego que, a la postre, es un perfecto sistema para proteger la enseñanza, toda vez que guía del camino, veo ahora su totalidad como imagen del sentido del mundo. No sería este un Camino válido, como el del calvario, por ejemplo, si no pasara por las pruebas del la vida en el mundo y por el ser. Ahí están los instantes o momentos en los que los puentes unen distintas orillas, distintos estados, las de la tierra y las de lo imperecedero. Ahí están los obstáculos que es menester que el hombre atraviese, los impedimentos de avance, los peligros, las caídas, como las de la cruz, también, la muerte misma, tratando de evitar que el hombre o la mujer lleguen al estado de lo divino o reino de los cielos, según alguna religión. Ahí se ve también al ser humano andar por espacios sin demasiada complicación, a la espera de que le salga al paso la siguiente prueba. Ahí está el alma divina dentro del hombre, que se siente comprometida con el mundo y   con la vida en este, casi siempre, olvidada de su origen y naturaleza celestial. Pero también está ahí, en el camino, la parte del alma divina que mantiene presente el recuerdo de quién es y qué es, mientras contempla a la parte propia y a la ajena de quien se ha adormecido y no se recuerda a sí misma. Por eso, las ocas son dos: lo leemos en la Biblia, en el libro del Génesis, en el primer verso, cuando dice: “Al principio creó Dios los cielos y la tierra”. La tierra alude a la materia, y los cielos, en plural, lo hace a los distintos grados o estados interiores del ser que, en nuestra representación son 63. Nadie se equivoque, entonces, y entienda que la extensión del espacio   pudiera ser, en absoluto, el cielo. Los cielos son estados muy finos y perdurables capaces de emerger, grado a grado, de cada cual.

No obstante, el recorrido de este camino llevado a cabo durante mi vida a través de mi ser arroja un cómputo de 64 casillas o estaciones, esto es, una más de las que señala el tablero. Pero este es asunto para otro momento.

¿La meta? Pues, la casilla 63, cuyo valor numérico es la suma del 6 más el del 3; 6 + 3 = 9. Allí, acontece el final del ciclo de los ciclos, y de acuerdo a la ley de la trinidad, el alma inmersa en la vida, la que recuerda su origen y el alma que es origen de las dos, se funden en una, abandonando la consciencia humana para experimentar la Cósmica, de igual manera que el azufre de los alquimistas, tras varias y convenientes destilaciones, emerge oleosamente flotando sobre el mercurio, así, desde la Oca es el resultado de la destilación de conceptos en significados y éstos, en realidades eternas.

Esta ha supuesto una ligera visualización de lugares y estados de un aspirante engastado en un camino. Pero no acabaré sin mencionar que hay un camino secreto y desconocido de la oca que es menester redescubrir y recobrar, si se quiere hacer algo más que arañar apenas la superficie del espíritu del propio viaje espiritual, cuyo croquis es el camino de las Ocas salvajes. El actual camino es la superposición de un evento de interés católico sobre otro más antiguo, real, e iluminador, el del “Callis Ianus” (ruta de Juno), dios de la luz, del principio y del final: el que está en medio de todo.

Gracias por haberme acompañado.

P. D. Puesto que, en el tablero de la Oca aparece el inmenso símbolo del laberinto, escribiré a este respecto en un futuro próximo.