
Me encuentro ante el obstáculo de traducir del valenciano mis “rondalles” sin que pierdan su tradicional ingenuidad, su sentido en una forma no usual en cualquier otra lengua. La rondalla tiene una aguda particularidad mediterránea, preferentemente, valenciana. La trama suele ser muy sencilla, con situaciones y personajes comunes en todos los pueblos y culturas; ellos, así como, el tiempo y el espacio son indeterminados. Además, es preciso que tengan una fórmula de apertura y una de cierre. Y como quiera que guardan alguna característica con la fábula, y ante mi incapacidad para presentarla en su fondo y forma tradicional, voy a empezar adaptando una de ellas a este último formato.
Cita del autor: Si una emoción nos lleva al reino de los infiernos, otra lo hará, al de los cielos. Y lo mismo de una actitud, pero, sobre todo, de una aspiración.
Pequeña fábula
Bien. Se cuenta que era…, en poco tiempo, que el río le decía al lago:
—No veo nada. No sé por dónde voy.
—Sí. Ya me he dado cuenta, porque no viertes el agua en mí, sino que Dios sabe dónde lo haces. Pero, lo entiendo. Yo tampoco veo nada.
Los pinos que oyeron aquello expresaron por boca de uno más viejo:
—Nosotros tampoco vemos nada. Antes, hará ahora… A ver, tengo cuatrocientos treinta años y hasta hace unas pocas décadas veíamos el cielo, el Sol, las aves, las montañas, las estrellas por la noche y respirábamos aire puro y fresco, mientras que en la actualidad, ni vemos ni respiramos otra cosa que humo caliente. —Y mientras hablaba, se oyó un golpe…
—No os preocupéis, soy yo, el águila. Y es como que no puedo ver porque ya es todo una nubosidad, y cada día más densa, Así que no es extraño que vaya tropezando.
La montaña al oírlos se agregó a la conversación:
—Sí. Así es. Yo podía ver hasta el mar, el valle, los prados, otras montañas, la nieve, el río, el lago, en fin, lo podía ver todo, pero ahora… Ahora, nada. Además, ya casi no oigo.
—Nosotros no sabemos dónde dejar caer la lluvia. No hace tanto lo hacíamos donde más cantidad de verde había, preferentemente, pero ahora no vemos ni verde ni ningún color, y también nos resulta cada vez más difícil oír el canto de los pájaros o la dirección de donde sopla el viento —dijo la nube, dejando que hablara también el Sol:
—No puedo ver donde llegan mis rayos, ni tampoco veo la tierra, ni oigo el reclamo de sus criaturas.
Y de esa manera iban quejándose todos.
— ¿Qué es lo que está ocurriendo? —preguntó la hierba.
Pero nadie supo responderle.
— ¿A quién podríamos consultarle la causa de este mal? —
expresaron las flores que ya no se maquillaban.
—Tenemos que preguntar al gran Espíritu —dijo la madre tierra.
—De acuerdo, pero ¿dónde se halla, para dirigirnos a Él? —demandaron muchos de los que se encontraban allí reunidos.
—Está en todos los lugares —aclaró el Sol.
—Pues, consultémosle a una voz —expresó la madre. Y, así sucedió. Lo hizo el aire, el Sol, el río, el lago, las aves, la montaña, el océano, el valle, las nubes, el viento, la Luna, la hierba, las flores, los árboles, la lluvia, el rocío y por no continuar más, diré que todos los seres dotados de espíritu del planeta suplicaron al gran Espíritu que les respondiera, a excepción del hombre que ni tan solo sintió la más mínima necesidad.
Entonces el gran Espíritu les respondió:
—No hay apenas visión porque quién la tiene no la utiliza para compartirla con el resto de los seres vivos. No la pone a disposición de todos, sino que la usa para ver otras cosas, artificiales, éstas, nacidas de su mente y que enturbian la naturaleza. Tampoco oye los sonidos de la realidad, el de los seres que viven sobre la Tierra, como las olas, el soplar del viento, la canción del río, el de los gorriones, el del andar, el del bello latido del corazón…, y el de más allá de ésta, como puede ser, el de las estrellas, soles y planetas hermanos de nuestro sistema solar, o como el sonido o la influencia de cualquier ser del universo que nos acompaña en la existencia. Tampoco siente ni percibe el hombre la vibración de cada vida, ni comprende la necesidad del contacto físico y emocional con el resto de la naturaleza y de sus fuerzas: de sus almas. Por eso está dejando al mundo sin visión ni audición, y a él mismo, también. Y como tampoco hace uso de los demás sentidos, apenas si recibe sensaciones y contacto proveniente del medio, como por ejemplo el olor, el gusto, el sentido de la belleza o la plenitud de la expresión de las virtudes… Por lo tanto, cada vez habrá menos densidad en vuestros cuerpos, menos recuerdos, menos vibración, menos existencia, menos ser, hasta que la naturaleza entera se disuelva y sea sustituida por herramientas, máquinas, números, dinero: por los hijos del hombre. Es por esa razón que he tomado medidas para que no se pierda el alma de aquellos que no tienen ninguna responsabilidad en lo que está pasando. Pero, está claro, no podéis poner el alma a resguardo si permanecéis tristes. Tenéis que ver de qué modo lo hacéis.
Y cada cual recogió del otro un trocito de su corazón y se dieron cuenta que en esa nueva Arca de Noé, nacía un corazón parecido al del hombre. Entonces todos se preguntaron:
— ¿Será el hombre que está resucitando?
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