Las musas

El hecho de vivir se asemeja al proceso que pudiera seguir una semilla, las hay, cuya vida las conducen hacia la putrefacción y, por contra, otras germinan. (Roque Yvars).

No quiero dones sino que mi trabajo de fruto (Roque Yvars).

No sé si os apetece que nos aventuremos, unos instantes, por derroteros, a menudo, de difícil tránsito: el de las profundidades del sentido del ser que busca alcanzar la inmortalidad del amor…

El hombre, como ser material, se relaciona con el mundo externo a través del sistema sensorial. Como ser espiritual, lo hace internamente, aislándose de este reino exterior de los sentidos. Y es en esa ausencia de actividad sensorial donde encontramos lo esencial, el otro mundo, al que, usualmente, no tienen acceso, ni contacto los sentidos. Sin embargo, existen tradiciones que hablan de ese otro reino interior y mencionan un órgano que es preciso desarrollar a base de intentos por alcanzar aquel otro, el reino interior, lo cual logran poniendo pasivos los sentidos con el fin de que lo esencial entre en actividad. De ese modo, activando un mundo se pone en reposo el otro, y viceversa. Así, se va estableciendo el proceso mediante el cual, se acaba conformando el adecuado crecimiento interno que le permita vivenciar tanto este mundo como el otro. No está de más realzar la idea de que el trabajo interior no es cuestión de improvisación, sino de continuado empeño. Algunas de las pocas escuelas que existen, tales como el zen, el sufismo, ciertas otras taoístas, y algunas adscritas al hinduismo, etc., vienen ofreciendo su sistema desde hace siglos, probando su eficacia, al haber resistido la prueba del tiempo y dando a luz humanos muy evolucionados.

En la búsqueda espiritual es preciso distinguir, por sus funciones, dos cosas, dos conceptos distintos, que pudieran no parecerlo. Por un lado, la práctica de la relajación, cuyo sentido es trasvasar desde la personalidad a la esencia la producción diaria de fuerzas obtenidas por medio del adecuado trabajo interior de enfrentar los asuntos de la vida, y que sin ese estado de relajación, no es posible tal trasvase. Por otro lado, nos encontramos con la meditación o estado de introspección, en el que el silencio aquieta el ser externo, y al hacerlo, entra en actividad el ser interno, y con ello produce otro tipo de fuerzas, desconocidas para el profano, para la generalidad de la gente, porque nunca se manifestaron, nunca emergieron, pues, nunca se les prestó adecuada consideración. De ese modo, son dos los objetivos: conducir dulcemente las fuerzas que sea posible, desde nuestra personalidad exterior al ser interior, con el fin de producir un crecimiento y desarrollo esencial. Y en segundo lugar, generar, sin más, energía espiritual, con el mero hecho de entrar en contacto con la actividad del mundo interior, al que se llega mediante el total silencio y la consciencia aspirante.

El contacto con la vida produce las fuerzas de todos conocidas: físicas, emocionales e intelectuales, además de las disponibles en otros centros, como pudiera tratarse del instintivo, el sexual, etc. Mientras que el contacto con lo interior, lo hace con otro tipo de energías, desconocidas, absolutamente, por quienes jamás se acercaron a ellas.

Ahora, pues, como quiera que gusto de la escritura, me pongo bajo la influencia de las amadas musas, para que influyan y me alcancen por este canal.

¡Las Musas! Las musas son fuerzas que existen, pero ocurre que el hombre les confiere cualidades antropomórficas, esto es, cualidades humanas, o de otro modo no las reconocería e ignoraría la función de cada una de ellas, aunque también eso sucede con cualquier otra fuerza. Ellas son las bendiciones e influencias que muchos ansían lograr. Por ejemplo, diré que, la palabra música, y todo cuanto ella significa y abarca, se origina en la palabra griega musa y que el culto religioso antiguo debía incluir el arte poético. Las fuerzas se entrelazan, muy a menudo, aunque no en todos los casos, pero lo que es cierto es que, sin luz, sin entendimiento, uno pierde el sentido de su camino en ese entrelazamiento.

 Busco a las musas. A esas musas de antes de que las convirtiesen en una especie de sindicato gremial en número de nueve. Y encuentro dos generaciones de ellas: la de las hijas de Zeus y de Mnemosine, que tuvieron tres hijas. Y otra, aún más antigua, la conocida primaria, a la que yo siento más pura, más próxima a lo original, también en el número de tres, y que son las que a mí me interesan. A ellas yo las entiendo como patronas del arte y de los dones del cielo. ¡Hay que ver cuántas veces se pide a la gloria que satisfaga las distintas necesidades de cualquiera de las áreas de la vida del hombre! ¿Por qué no se cae en la cuenta de que en vez de pedir para recibir gratuitamente se tendría, más bien, que intercambiar? Se podría uno, plantear ser canal de la divinidad o de las fuerzas de expresión suyas, para ser merecedor del don por el que se ruega

Pero, continuando, quiero presentaros a estas tres musas mías, que son, las hijas de Gea y Urano. Así, pues, en su conjunto y sin lugar a dudas, constituyen y son mi tríada patrón. Con ellas establezco vínculos con el mundo espiritual y no con el material, de la fama, del reconocimiento, de la vanidad, etc. Aunque, atento a no caer en la tentación vanidosa de esperar dones creyendo que mi actitud y trabajo son fruto del merecimiento.

En mi despacho tengo colgado un cuadro con una simple frase impresa, que me llegó reflexionando alrededor de estas cosas. Dice así: No quiero dones sino que mi trabajo de fruto. Dicho eso, para agotar este punto, queda por añadir la idea de que ellas son cauce y por él fluimos los humanos.

Y como en el caso de las distintas propiedades saludables, o no, de las distintas hierbas, plantas, y hasta, minerales, también cada musa tiene su atributo. Así:

Meletea. Es la más pura forma de meditación introspectiva. Se medita a la espera de lo sagrado. Se lleva a cabo deteniendo el mundo de los sentidos para obtener realización del otro, para entrar en contacto con lo espiritual y sus contenidos extraños y desconocidos en este otro mundo cotidiano nuestro. Es la fuerza creativa que llega al pensamiento en la forma de idea o de imaginación. Ella da las primeras pinceladas de forma, por ejemplo, en la obra. Para eso transforma la energía creativa en idea. Se la puede encontrar, también, en un grado por debajo de la condición profunda de la meditación: más a ras de suelo y de acuerdo a principios cercanos a lo material.

Mnemea. Se trata de la memoria. Claro que de la memoria absoluta, incluso la de aquellas cosas que aún no han sucedido. Ojalá que la meditación nos haga entrar en contacto, a todos, con esa condición. Pero es la encargada de hacernos ver. Ella nos presenta concreta la idea abstracta. Mnemea es quien escribe la obra y al finalizarla, muere o entra en un estado muy próximo al reposo absoluto.

Aedea. Esta es la musa del canto y de la voz, pero, en realidad, de toda forma de expresión. Válgame la invención del término, “musaica”, o artística, si se prefiere. Aedea es la musa que pone la obra en escena, o bien, la saca a la luz.

Bien. Esta última es la que me empuja a expresarme, por escrito, de palabra al recitar, en canto, como es el caso de todos, y también de mis zéjeles, que requieren de la participación de instrumentos musicales, aún hoy en día, como puede verse en asociaciones culturales hispanoárabes, etc.

Si escribes, si quieres escribir o sentir profundamente cualquier manifestación del arte, ahí tienes una ayuda: las musas.

No te atribuyas tan sólo a ti mismo el resultado satisfactorio de una creación, porque ellas pueden ofenderse. Ahora sí. Habiendo aproximado la fuerza creativa al ser humano, me dispongo a escribir: a crear.