El color es a la luz lo que el sonido al silencio.

Cuando estudiaba bachillerato tenía una asignatura que mi profesora enseñaba con esmero, la de física y química. Ella falleció en Villajoyosa hace unos años, siendo aun relativamente joven. A ella, doña Ángela, con respeto y cariño, dedico esta reflexión que involucra algo más de aquella asignatura.
Mi profesora de física y química decía que jamás se llegaría a alcanzar el cero absoluto, en aquella época, -273 grados centígrados, hoy, Celsius, convertidos desde los grados de la escala Fahrenheit. Decía que si se lograra llegar a esa condición habría que romper el libro de la asignatura, no tanto por el error en sí, ni por el cambio de concepción, sino que, por la base de cálculo, pues en el cero absoluto no podía existir nada. Las palabras “nada” y “nunca” siempre me han perseguido.
Hoy se ha llegado ahí, a esa temperatura, e incluso, más allá: allende esta. Se ha logrado el cero absoluto y, además, en el vacío. Dejando aparte lo especulativo, tal como la llamada energía residual, la cual es preciso que exista, según la física cuántica, para cumplir con el principio de incertidumbre de Heisenberg, nos preguntamos: Y, ¿que se ha encontrado? Se ha encontrado que existen unas partículas clasificadas como “de vacío”. Se ha conseguido una unidad de medida: ‘protón por metro cúbico’, y en él se encuentran una lista de partículas, muchas ya conocidas y sabido de su comportamiento, y otras pocas, desconocidas por completo. Se sabe cuántas son las que no se conocen, pero solo eso. Tal vez a causa de que no puedan ser observadas, si acaso provinieran de la energía oscura. Como sea, hablemos someramente de las conocidas.
Se trata de partículas que pasan, traspasan y hacen lo que les viene en gana en el vacío y en cualquier otra ‘condición’. No hay limitación para ellas. Viajan a la velocidad de la luz y no tienen masa. Hay otras que en absoluto viajan a la velocidad de la luz y sí que tienen masa.
¿Cómo entender eso? Pareciera que estas otras, no viajan a la velocidad de la luz, pero sí que lo hacen, lo que ocurre es que tienen algo contra lo que “rebotar” y en ese rebotar continuo e indefinido, se ofrece la sensación (impresión) de movimiento a no tan alta velocidad. Observadas con detenimiento, la velocidad de la luz de esas partículas, dejan tras de sí una “estela”, la cual, con el tiempo, se aglutina en la forma de masa, pero esta es pura ilusión: no existe. No existe la masa. Existe una estela a la que el rápido movimiento de rebote ofrece aspecto de masa, que por ejemplarizarlo, se asemejaría al ventilador que compuesto de tres aspas, en movimiento, ofrece la impresión de un disco uniforme y sin espacios ni fisuras. Tampoco, pues, y por la misma razón, no existen nuestros cuerpos, por mucho que los sintamos, pues lo que en verdad percibimos es la fantasía de la ilusión de la estela. No existen las formas que creamos en la mente, ni el Sol, ni las galaxias; tampoco el universo… Existe el vacío o la nada: el absoluto contenedor, el ser y el no ser, simultáneamente, y que se entiende gracias a “atributos”, lo cual son las distintas posibilidades que nosotros, seres limitadísimos, ‘atribuimos’ a la realidad ilimitada y que, en cambio, está desprovista de ellos. Existen partículas eternas a cuyo contacto (por así decir) “suceden cosas”. Y como la ley es ley en cualquier escala, en la escala del hombre acontece algo similar, y en el resto del universo entero e inmenso, también.
Pongamos un ejemplo humano. Hay escuelas, llamadas, de sabiduría (me refiero a las tradicionales cuya existencia se remontan a varios miles de años atrás) que establecen un símil de la realidad con el hombre (Distingo hombre de realidad
porque este es la mera ‘potencialidad’ de aquella: de la Realidad). Este símil o paralelo nos sumerge, además, en el campo de la psicología. Imaginemos un actor que está interpretando un papel. Se identifica tanto con el personaje que cree ser él y se olvida, durante la función, de quien es en verdad, a saber, el intérprete. Llega un momento en el que se encuentra tan perdido que deja de interpretar, se desnuda de los ropajes de época y se mira al espejo, viendo que es el actor, esto es, quien interpreta y no, de ningún modo, el personaje del papel que representa. Aquí, aunque burdamente, podemos entender que la partícula eterna es el desconocido Yo Real y que, el cuerpo, emociones, mente y mundo (sistema sensorial), constituirían al representado y al escenario, es decir, al ego, o en el caso de la física, la estela de la partícula de vacío que en su medio ofrece la impresión corpórea de masa. ¿Cómo alcanzar el Yo real?, sería la pregunta lógica a continuación. Pues, viendo esto y somatizándolo hasta que, gradualmente y durante mucho tiempo, uno acabe perdiendo el interés y el gusto por el ego, porque lo ha llegado a comprender y se esmera, ahora, en recibirlo del tal Yo real. Uno se disuelve en su propia estela de la partícula de vacío que en sí es eterna, atemporal, y sin perderse, al identificarse con Él, llega a ser, Él mismo. Y esto se asemeja a la historia del comerciante que, conociendo de la existencia de una enorme y muy pura joya, vende todas las que poseía para comprar aquella.
En el evangelio lo expresa el Bautista: Es necesario que yo mengüe para que él crezca.
Nota: Es probable que a continuación publique algunos cuentos que son la adaptación y la traducción del valenciano de una colección de “rondalles” de mi autoría. En ellos se encuentra el intento de recoger el estilo y la forma de la rondalla misma. Esta es, pues, una forma de cuento en la que yo me he ido encontrando a lo largo de los recovecos de mi camino y de mi transitar por la vida y en estos lares de mi tierra levantina. La rondalla reviste alguna bien definida peculiaridad: una fórmula para dar inicio al cuento, la atemporalidad, ligereza, y la propuesta de tres obstáculos que han de ser felizmente resueltos, así como, cierto aire de ingenuidad, cuyo estilo semeja el “naíf” en la pintura. Pero, sobre todo, la rondalla ha de enraizar con la costumbre, cultura y tradición levantinas.
©Yvars
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