
Recuerdo el día exacto.
Estaba sentado en el auto, con el motor apagado, mirando la nada.
Tenía trabajo, tenía ingresos, tenía “todo bien”.
Y aun así… sentía un vacío raro, como si estuviera viviendo la vida de otro.
Me vi en el espejo retrovisor y me pregunté algo que me atravesó:
¿Cuándo fue la última vez que caminaste como alguien que confía en su destino…
y no como alguien que está tratando de sobrevivir?
No supe qué responder.
Ese día no pasó nada espectacular.
Nadie me llamó.
No hubo señales del universo.
Solo tomé una decisión silenciosa:
Voy a empezar a tratarme como alguien a quien también le pasan cosas buenas.
La primera semana fue incómoda.
Seguía con miedo.
Seguía dudando.
Pero cambié mi forma de entrar a las reuniones.
Cambié cómo hablaba de mí.
Cambié cómo caminaba.
Y algo se movió.
Personas que antes no me veían, empezaron a verme.
Puertas que parecían cerradas, se abrieron un poco.
La vida —de a poco— empezó a responder.
No era magia.
Era identidad alineándose con futuro.
Algunos dijeron que me volví arrogante.
Otros que estaba soñando demasiado.
Yo sé la verdad:
Ese fue el día en que dejé de pedir permiso
y empecé a vivir en coherencia con quien quería ser.
Y descubrí algo que ojalá alguien me hubiera dicho antes:
Las personas que creen profundamente que la vida puede sorprenderlas…
casi siempre terminan teniendo razón.
Si hoy estás leyendo esto mientras dudas de vos,
probá algo simple:
Camina hoy como si acabara de llegarte la mejor noticia de tu vida.
Tal vez aún no llegó…
pero puede que esté esperando a que te comportes como alguien que está listo para recibirla.
Jorge Inda